Il Grande Claudio

martes, noviembre 07, 2006

Los dos juegos de papilas gustativas

El domingo a mediodia fui a comer a un restaurante pakistaní de económico precio y delicioso servicio. Pedí pollo tikka masala, arroz, nan y salsa agria. Para beber un Seven Up.
El camarero me hizo una pregunta, yo contesté que "como siempre".
Lo devoré todo con fruición, pues apenas había desayunado y ante mi desfilaban una procesión de trozos de pollo deshuesado con tomate y especias que me miraban con ojos sinuosos. Me levanté y pagué la cuenta, siete euros bien pagados, y en cuanto me dispuse a salir por la puerta el dueño del local me dio el alto llevando en sus poderosas manos de gigante barbudo pakistaní un pastelillo típico. Harina y huevo, cocido, rebozado en caramélo y bañado en miel; fidelizar al cliente creo que lo llaman.

Una vez, hace mucho tiempo, alguien mucho más sabio que yo, y cuyo nombre no quiero ni puedo recordar, dijo unas palabras cargadas de sabiduría ancestral, de ese conocimiento que sólo pueden destilar los que han estado en contacto con la tierra durante décadas de trabajo y que los jóvenes desechan sin rubor en su ignorancia. Yo, aunque cuando me las dijeron era un polluelo, tuve al menos la decencia de almacenarlas en la memoria y de cuando en cuando me las repito para admirar la sapiencia que encierran. Evidentemente, no me cuesta nada compartirlas con vosotros:
Las almorranas dividen a las personas en dos tipos, en los que las tienen y los que las van a tener.


La misma noche del domingo al lunes, a eso de las dos, mis retorcidos intestinos empezaron a emitir una tímida sintonía que no tardó en convertirse en rugiente orquesta. Me resistí a salir de debajo de la comodidad y calor de mi edredón nórdico del Carrefour (con estampado de niñas) hasta el momento crítico. Necio de mí, tras una breve carrera por el pasillo me senté en el frío retrete pensando en que lo peor del asunto es que estaría como mínimo media hora allí sentado haciendo el paripé, demasiado cansado para siquiera entretenerme leyendo los champús por enésima vez.
Sin embargo, mientras estuve en la taza sumido en mis profundas meditaciones existenciales tuve tiempo de maravillarme ante los misterios senstivos del tracto digestivo. Nunca me arrepentiré, pese al lacerante dolor que me azotó los esfínteres, de la respuesta que le di al camarero pakistaní. Porque los amantes de la cocina exótica bien deben saber que el picante es el único sabor que se disfruta dos veces.

Escrito por Il Grande Claudio a las 1:44 a. m.


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