Il Grande Claudio

miércoles, octubre 25, 2006

Karma porcino

Nada menos que un año he tardado en animarme a escribir en este hijo pródigo que es Escato, aunque en esta versión de la parábola el abandono es a la inversa. Desde luego no puede decirse que avasalle al lector con innumerables escritos con una frecuencia altísima, al menos me consuela saber que en esta tesitura animística será difícil hacerme pesado.
O no.
Realmente me da igual, quiero imaginar que el que se llegue a leer este compendio de intimidades fisiológicas o bien es amigo mío o bien está realmente interesado en los relatos en los que intervienen fluidos corporales. En uno u otro caso se hace evidente que puedo empezar a soltar el rollo sin dar más explicaciones.

Hay un pensamiento que llevo madurando varios meses y que quería compartir con vosotros. Es respecto a las cortezas de cerdo. Se podría pensar que no hay aperitivo frito más español, pero les voy a confesar una cosa que quizás les haya pasado por alto: por mucho que lo intenten, los cerdos no tienen corteza. Tienen piel, como la mayoría de animales. Así pues, ¿de qué está elaborado el alimento que todos conocemos? Pues me permitiréis aventurarme en los terrenos de la etimología-ficción, pero en mi más humilde opinión y basándome tanto en el nombre de la propia corteza como en su morfología y textura, me atrevería a asegurar que todo este embrollo es debido a un gazapo histórico que se ha extendido en todos los niveles del lenguaje y a todas las castas sociales y que el originalmente se llamaban CORTEZAS DE CEDRO. Sí, cedro, el árbol. Eso daría explicación a todas las paradojas que presenta el snack carpetovetónico.
Hecha esta breve introducción a los devenires de mi pensamiento espero que todos os hayáis hecho la imagen mental del objeto que estamos tratando. Porque es justamente el incidente con una corteza de cerdo que relato a continuación lo que me ha hecho reprender la escritura en esta "bitácora". Hallábame yo ante el televisor videando la serie de médicos de los martes y disfrutando alternativamente de sorbos de mi lata de Estrella Damn (probablemente la peor cerveza en lata del mundo) y de las delicias porcinas que ya os podéis imaginar. Masticándolas con avidez y disfrutando del crujido que provocan las proteinas animales carbonizadas. Cuando de repente, a mitad de una frase ingeniosa del Doctor House, sentí una punzada de dolor al introducirme una corteza en la boaca y juguetear con la lengua por sus rugosidades; no me costó mucho darme cuenta que la porosa superficie de ésta había absorbido saliva y por misterios de la física y la química se había quedado pegada a la parte izquierda de la sinhueso. Puuede que os parezca cómico, y sin duda lo era, pero tras varios intentos de tironear con el único músculo del cuerpo que uso durante el sexo oral las abrasiones empezaban a doler. Al final, tras unos cuantos lagrimones, logré solucionar el atasco a base de medidas dentelladas y, aunque la solución fue satisfactoria, ahora tengo unas marcas en la lengua que no puedo identificar. No estoy seguro de si es una pequeña llaga o los restos adheridos de un extinto cerdo que se vengó en nombre de todos los jamones que me he zampado.
Así que si queréis imaginarme, que sepáis que será con el puño en alto, la boca llena de elixir bucal marca Caprabo y pensando: "!Viva Argal, viva la resitencia anti-porcina!"

Escrito por Il Grande Claudio a las 11:13 a. m.


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